Una poeta en la punta de la lengua
Un libro se llama Dos Libros y tiene con qué sostener una, dos, cientos de perlas en una sola, así que toda esta lectura imprecisa que están leyendo vendrá de decir que el libro es un libro, no dos. Su autora es Elsie Vivanco, que escribió otros cinco. Es una mujer nacida en los años treinta, de la que sin saber nada podemos conjeturar que debe haber vivido toda la vida en estado de apogeo. Un apogeo cantarino, sexual, amable, naturalista, sensible y potente. Dos Libros, que editó Mansalva el año pasado, es un corte ideal como para empezar a leerla. Es el último pero puede ser el primero.
¿De qué trata el primer libro, o la primera parte del libro? De poemas que no tratan de nada, nunca la poesía “trata” de algo. La poesía no relaciona nada con nada, tiene la potestad de ser leída de por sí. Con esto decimos que no hay “relación” poética sino más bien fuerzas locas con las que el lector se entrevera o formas disparatadas para inventar sobre lo inventado, lo gris contra lo gris, la literatura contra la otra la literatura, contra la realidad. Los poemas de esta primera mitad deliran sobre la propia poesía, en un litigio que desmerece a Leopoldo Lugones o en una valoración de lo poético como continuación de una cadena: "Porque al estar muertos / ellos / los muertos / somos nosotros los que les seguimos escribiendo / al estar leyendo". Para Elsie Vivanco la poesía es una pelea, si no es directamente conflicto corporal. Ahí está el eco del "giro" subjetivo sesentista, con el arco de entrada que arman Juana Bignozzi y Juan Gelman, aunque sin la culpa del goce tan propia de los izquierdistas. Vivanco es más libertaria que comunista, más erótica, más inmediata. No hay drama interno, hay fiebre y hay paz. Está más cerca de las pajareras a cielo abierto que de un taller sobre El Capital.
Pero lo que la primera parte de Dos Libros revela es la espectacularidad de la vida en espejo, de la relación gelatinosa que tuvieron los que tuvieron una relación más o menos cercana con Osvaldo Lamborghini, esa revelación se da en un poema fascinante dedicado a él que se llama "Escandir" y donde hay espasmos como estos: "Me iba a bailar ranchera / o chachachá / con los hombres de quiebre / pantalón anchito / para caber / el quiebre para disimular la verga tiesa / y con lo suyo y lo mío, bailábamos", "Mi único ídolo, Lamborghini", "No para él / no paraba yo / hasta terminar él / dentro de la manga del sweter / y terminar yo / dentro de la concha", "un montón de gerundios: / toca frega moja salpica / juegos fundantes / los cimientos de la argentinidad". Todas estas indecencias para coronar su rezo laico al negro lambor con una plegaria donde se reconoce "la nieta de Hegel" mientras un policía y un "sajón maloliente" le inundan lo más bello con lo más ordinario. Vivanco escande sobre un muerto que son varios muertos porque Lamborghini parece no desaparecer de la textura poética argentina a la que sigue tajeando. Escande porque podría dividir la memoria de su cuerpo cuantas veces aparezca el vicio y la perversión del recuerdo que remata con esta queja sobre la miseria: "¿Te moriste negro? / ¿Cómo voy a poder decirte si estás muerto / cómo hubiera podido hablarte de / lo que hubieras debido tener / lo que hubieran debido darte / los tilingos argentinos? "
¿Qué es el segundo libro, o la segunda parte del libro? Son anotaciones diversas, recuerdos, insensateces hermosas o perfiles de gente intensa. Al principio hay una serie de relatos sobre la buena suerte de los animales por el solo hecho de serlo o por no cruzarse con la crueldad de los ciudadanos de a pie. Elsie Vivanco es el antónimo de ciudadana y por eso puede decir de ellos frases con forma de brote sobre lo que ve cuando los ve. Se pasan ante sí gatos, ratas, hormigas, luciérnagas, una perra que “es estúpida porque es estúpida” (la excepción a la regla), alguaciles, pajaritos, chicharras, ranas, arañas y un catálogo que se parece al arca de Noé de una mujer desordenada y bella. Todo en contextos bucólicos, los departamentos amueblados son para otra cosa. Aquí su cabeza vive en los Nenúfares de Monet. Cuando llega a la página sesenta y uno el “cuaderno de notas II” da un giro para que se noten en el umbral algunos ex amantes, algunas amigas, algunos cómplices un poco descocados, un nieto, María Moreno… Termina siendo un tapiz de almas complejas que se imantan en esta frase que una sobrina microcefálica dijo alguna vez: “¡devuélvanme mi cuerpo!”. Esta segunda parte es catártica.
Leer el libro de alguien de quien no sabemos nada es una manera rara, anacrónica, de leer. Elsie Vivanco vive no sabemos dónde pero sabemos que vivió para ir de los amores al campo y de los animales al champagne. Una sola cosa nos llega de buena fuente, un solo dato que dice algo sobre ella en clave “la pinta de cuerpo entero”: tenía una enredadera adentro de la casa que tenía en La Cumbre, provincia de Córdoba. Él rumor es en realidad un recuerdo infantil de Elisa Palacio, vecina de Elsie en las vacaciones. Elisa alguna vez escribió los dos versos inquietantes con los que concluimos, quién sabe si influenciada por el influjo de las horas nocturnas que Vivanco pasó entre los brindis amistosos de los livings porteños y la intemperie, el verde, el marrón y el amarillo de las sierras o de la pampa que se apagan con la luna: "A veces me tranquiliza que se haga de noche / para sentir que no estoy perdiendo el tiempo".