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Luis Francisco Pérez

El balón es tu amigo


La primera muestra individual en España del artista argentino Pablo Accinelli (Buenos Aires, 1983, vive en São Paulo) plantea algunas pertinentes cuestiones que exceden el marco propiamente artístico de su trabajo. Dichos argumentos desplazan, enriqueciéndola, la mirada crítica y apreciativa sobre su obra (y sin alejarnos en absoluto de ella, bien al contrario) para “salirnos” de la estructura misma de su manifestación creativa. La primera cuestión corresponde a un lugar común cada vez más contestado: un artista argentino (o de cualquier otra nacionalidad) es más del siglo XXI que argentino. O lo que es lo mismo: pertenece más al Tiempo que al Espacio. Supongo que los defensores de este axioma (que ciertamente posee su parte considerable de verdad) conocen el famoso análisis que Borges en su ensayo El idioma de los argentinos, y en la temprana fecha de 1926, realizó sobre la innecesaria insistencia en el “color local” de toda manifestación artística nacional. Lo cierto es que contemplando el muy sofisticado trabajo de este artista uno se pregunta si la demostración de un cierto “color local argentino” es tan frívola y redundante como pretendía el ciego más famoso desde Homero, o por el contrario esa mirada local (si bien no lo parece) altera y transforma determinados paradigmas de un reconocimiento otro –más universal que internacional, sin duda- de lo que cultural y socialmente entendemos como propio: un paisaje afectivo que no admite una “traducción” literal, pero sí desde la más violenta y refinada manifestación artística.

Lontano (palabra italiana que no necesita traducción) es el título dado por Pablo Accinelli al conjunto de una serie de obras que exigen ser miradas como si utilizáramos un “telescopio invertido”: lo que observamos no es tanto la alteración del objeto como la alteración semántica de esa realidad objetual. Estas esculturas presentadas en Madrid son “objetos/paisaje” de una segura geografía sentimental, y no por soñada menos auténtica, real y verdadera. Ahora bien, estas esculturas –o mejor: estos trabajos en su sentido laboral- traen hacia nosotros espectadores un delicado perfume de reconocimiento de una cierta realidad rural que no nos atrevemos a nombrar (y aquí radica la sofisticada trampa conceptual que lleva a cabo el artista), como si nos dominara un raro miedo que al significar desveláramos el perfume y la poesía del que frágilmente están hechos estos trabajos. Incluso nos atrevemos a ver en ellos posibles traducciones –que de tan estilizadas resultan inteligentemente irreconocibles- de algunos grandes momentos de la literatura rural argentina. Para entendernos: más Don Segundo Sombra, con su obsesivo nombrar argentino de aparejos de labor, que Martín Fierro y su costosa y oceánica travesía por el desierto pampeano.

Cuando entramos en la galería comprobamos, ciertamente, que estamos ante un paisaje, o un lejano (lontano) horizonte, únicamente interrumpido por las gramáticas utópicas que configuran las delicadas y muy abstractas esculturas que salen a nuestro encuentro visual. ¿Son elementos reconocibles de un innegable “color local”? Por descontado que sí. ¿Son manifestaciones creativas que niegan ese “aroma nacional” para conseguir –mejor: conquistar- una brutal y muy bella re-semantización de lo afectivamente reconocible, de lo biográficamente visto, de lo familiarmente acariciado?. Por descontado que también. Naturalmente, y la aclaración enseguida se verá que es un tanto gratuita por mi parte, para lograr esa violenta transformación el artista ha necesitado ser, y en su mejor y más noble sentido, muy internacional. Quiero decir: conoce perfectamente los principales movimientos artísticos –y no únicamente escultóricos o propios del objeto de arte, pues la lectura pictórica presente en algunas de estas obras es muy fina y sagaz- surgidos de las derivas postduchampianas en las neo-vanguardias de los años sesenta. Añadimos: como no podía ser de otra manera en un artista argentino que es tanto del siglo XXI como de su país.

Hemos iniciado con Borges la crónica de esta muestra admirable, y acabaremos con él; o mejor: con las últimas frases de su relato “Emma Zunz”, pues al igual que en este estremecedor cuento en la muestra de Pablo Accinelli también se ha cometido un asesinato, un necesario crimen: transformar el paisaje reconocible, el color local de ese paisaje, en una violenta manifestación de radical extranjería. Y dado que todo crimen necesita una defensa recurriremos a las que el narrador utiliza para absolver a Emma Zunz: “Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.

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