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Lucrecia Lionti

El default como una oportunidad para la revolución


Denunciar acarrea el trabajo de tener que bancársela. Tener que bancársela implica atravesar y sostener la idea de la denuncia sin perder fuerzas y en la superficialidad más profunda: sin perder prestigio.

Estoy hablando de arte. Recordando las locas frases que se empezaron a poner de moda sobre la necesidad de la profesionalización del artista, éste debía volverse y ser profesional a fuerza de máquina inhumana a fuerza de como sea. Me pregunto qué canal o clase social habrán estado mirando las personas que gustaban con fanatismo de repetirlas.

“Vagos hay en todos lados, manga de violentos también”. No definir e incluso mover el foco de atención de lo necesario hacia algo superfluo es en las artes visuales algo a lo que estamos acostumbrados. La desprotección del artista trabajador es tema del que incomoda hablar, incluso y sobre todo entre los artistas mismos, generando violencias y tristezas. Llega un punto en que se encuentra la manera de convivir con ello porque conocemos la larga data de los que intentaron que esas formas sean otras. Es así como algunos artistas logran abrir caminos más sanos, más largos, otros encuentran un punto de transa intermedio y a sobrevivir, también están los que se desvían a militar en política, los que abandonan, etcétera y más. La realidad del mundo no es algo que pasa por el costado para un artista genuino y que cree en su trabajo como posible generador y modificador de cultura. Es mucha la ambición, sí, pero de eso se trata el trabajo, este tan desdibujado que se tiene y en que se cree.

No hay normas ni gremios, nada respalda ser artista visual más que los límites e implicancias que uno a fuerza y desesperación interna delimita y escribe. Algunos conocimientos llegan temprano en forma de regalos, otros medio nadando en sudor, aprendizajes tarde al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que transitaron tantos otros dando sentido a seguir trabajando en este indecible.

Así como de esto no se habla, está también al frente la tribuna cansada de la queja del artista, es que es algo que se vuelve por momentos insostenible, querer modificar ciertas acepciones ya insertas en el mundo del trabajador del arte no es una actividad que llevará unas cuantas horas, una birome, un sello y un papel, pareciera ser que hay que llorar más fuerte porque se tiene hambre. Entonces el camino de esa indignación, compañeros poetas, no es camino posible.

Mi deseo para este año que comienza es que se multipliquen las demostraciones de incomodidad hasta lograr quebrar este destino tan neutro, tan color sucio de fin de paleta. Y que se diga con todo lo que sea necesario que se tenga que decir.

Hace unos días en un asado con dos amigos artistas y nuestro querido joven coleccionista salvador de papas quemadas, pregunté por qué no nos juntábamos a pintar la cara de Santiago y Rafael, recordándoles cómo los grupos de artistas de vanguardia en los sesenta y setentas se juntaban a pintar la cara del Che Guevara, escribían sobre la masacre de Trelew, o realizaban sus homenajes al Viet-Nam sin que se les cayera ningún anillo. Mi necesidad de pintar política explícita en grupo se desvanecía ante la respuesta chori mediante “dejate de joder mumu anda mañana a la marcha”.

Por supuesto que fui al cacerolazo y a las movilizaciones de los violentos, fueron varias. Ya no quiero hacer las caras de Rafael ni de Santiago, varias personas las han pintado en tiempo y forma y muy bien, tampoco creo que hubiésemos logrado tal definición y parecido. Qué suerte que somos más, que hay otros artistas que supieron circular por lados inmediatos, directos y visibles, una pared.

Me estoy quedando sin ánimo en este texto quizás sea el año un poco me está agotando, es 28 de diciembre y en pocos números el calendario ya cambia y como humanos que somos: damos vuelta la página, espero hacia una más evolucionada, Jennifer.

Un abrazo grande.

Mumu

Imagen, Roberto Jacoby, Homenaje al Vietnam, escultura realizada en poliéster y fibra de vidrio, 1965

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