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Delfina Korn

DIRECTO AL CORAZON


Leer estos cuentos es algo parecido al éxtasis. No tienen principio ni final. Muchas veces el final es el principio, porque recién en la última línea, I halla la serie de palabras que necesitaba enunciar. La unidad de tiempo que trabajan es más pequeña que el instante. Como si el texto entero fuese una revelación, algo que no puede ser fijado en el tiempo porque está fuera de él.

La narradora especifica los días que le lleva escribirlos dentro de los propios cuentos. El lapso nunca es mayor a un par, y siempre son momentos críticos, de decisiones importantes. Como si la vida dependiera de poder terminar ese cuento, y a la vez cada cuento necesitara de un salto vital, como confesar un enamoramiento, para poder terminar de escribirse.

La narradora escribe con urgencia por dos motivos: en muchos casos se avecina una fecha en la que debe leer en público y quiere llevar algo nuevo, y en otros, el amor le está apretando fuerte el corazón (muchas veces ambos factores se superponen). No se trata de amores del pasado, que rememora cuando ella ya es otra, sino que siempre son incipientes, están frescos como una lechuga o aún por germinar. Los cuenta cuando todavía está inmersa -empastada y empantanada, hecha un pastiche, una masa- en ellos. Amores que la elevan a lo más alto y también que la dejan caer. La acompañamos a través de esa montaña rusa, por ejemplo, cuando describe su estado mental en las horas que pasan hasta que decide abrir el mail de una amada. O mientras se imagina leyendo las mismas palabras que está escribiendo en una lectura próxima, donde le confesará públicamente sus sentimientos.

I empieza varios de sus cuentos definiendo con precisión lo que va a contar, por qué y en qué género. Pero todo se le va de las manos, los sentimientos manan de su corazón hacia sus dedos y lo que iba a ser un ensayo académico termina siendo una carta de amor derrochada, en la que le advierte a la amada que sólo la va a recibir si su amor es correspondido, de lo contrario nunca. En otro cuento describe la cita más increíble que tuvo en su vida, demasiado parecida a un sueño, tanto que se vuelve una pesadilla porque tiene la certeza de que jamás volverá a sentirse así. Está a punto de ir a una fiesta donde piensa que puede encontrarse con la chica en cuestión. Y hacia el final descubre (decide) que todo lo que quiere hacer es invitarla a bailar: "¿Bailamos?"

I plantea que está cansado de fingir que detrás de una historia hay una coherencia. Es por eso que me gustan tanto estos cuentos, porque renuncian desde el vamos a cualquier pretensión de sentido, de que en la vida exista algo parecido a la causa y el efecto.

En momentos donde parece que están por devorarlo la depresión y las ganas de morir, I lucha contra eso calzándose su visera y sentándose a trabajar. Tiene una lectura próxima, y algo –nuevo, fresco, verdadero– quiere llevar, a ese acto vivo de contar. También el amor nos requiere presentarnos con algo nuevo, fresco, vivo. Como si estuviera al borde de un precipicio y se hubiese impuesto a sí mismo la obligación de saltar, y saltar es amar y es escribir.

Este es un libro de los que me llevo a la cama conmigo en las peores noches, únicos antídotos contra el dolor insoportable, y cuando necesito hablar con alguien que me ame y me conozca mucho. La voz de I nos entra directo al corazón y lo perfora como una bala, sale por el otro lado. Pero, como el amor, lo deja latiendo más fuerte.

Sobre I Acevedo, Late un corazón, Rosa Iceberg, 2019.

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