El baile del sol
1.
En estos días de intensa discusión en torno a la obra de Fátima Pecci Carou me llamó mucho la atención que lxs artistxs más sensibles al plagio sean lxs fotógrafxs, lxs pintores hiperrealistas y lxs otakus. Al comentar esta preocupación unx amigx con quien no hablo hace mucho tiempo me dijo: “bueno, la sensibilidad a la copia es inversamente proporcional al reconocimiento”.
A lxs miembrxs de esta variada fauna de la copia, procedente de diferentes tradiciones, diría unx psicoanalistx, lxs une la aversión producida por la represión que hacen de sus propios deseos, la negación del yo y la proyección en el otro. Pero es un error político patologizar a la crítica como copistas cazadores de plagios. En particular si entre ellxs hay algunos con lxs que podríamos simpatizar y establecer un puente.
Aunque el/la pintorx podría decir que la naturaleza no tiene derechos, el/la fotógrafx sostiene que la foto es ontológicamente diferente a la realidad copiada (la mismidad versus la ipseidad) y lxs otakus podrían argumentar que no son artistxs. Todxs son estetas de la mimesis. Algunxs la pueden alcanzar con sólo enfocar el lente en alguna cosa del mundo y apretar un botón, otrxs con la lenta y ardua tarea del pincel, el pastoso óleo y el olor de la trementina. Finalmente están lxs que se disfrazan de sus personajes de ficción favoritos, de la misma manera que lxs artistxs del cabaret en París a principios del siglo XX que fueron estudiados por Sarte en sus investigaciones fenomenológicas sobre la imagen y lo imaginario.
Aunque, en efecto, no es necesario copiar la realidad, sino -siguiendo a Auerbach- una representación que tiene la misma fuerza de la realidad y engendra una ilusión igualmente verdadera, que puede ser alcanzada por una pintura con un torpe trazo, y no necesariamente, con la técnica de la pintura académica.
Es así que las flores de Van Gogh -carente de perspectiva y sombra- alcanzan la trascendencia de la memoria histórica en lugar de las flores pintadas por Louis René Boulanger o por cualquier otrx pintorx del Salón parisino.
Una parte de las críticas a la pintura de Fátima se concentraron en cuestiones académicas, es decir, en cierta “falla” del uso de los colores, la luz, la composición, la perspectiva, etc. Sus cuadros fueron juzgados como carentes de objetividad, verosimilitud e imparcialidad, características inherentes al realismo. Pero no son sus pinturas la medida de una imagen retiniana. Sino su capacidad para producir mensajes políticos: contra los femicidios, por la legalización del aborto, la justicia social, entre otras consignas.
La pintura de Fátima no carece de argumentos como el retrato burgués o el paisaje decimonónico, sino que es narrativa porque está cargada de mensajes contra el heteropatriarcado y el capitalismo. Tampoco busca ajustarse a la realidad, sino todo lo contrario busca transformarla. Es pintura militante, es activismo artístico, es panfleto expresionista.
Para un pintor realista el origen de la obra de arte está en el mundo y la posibilidad de extraer el arte del mundo es sólo a partir de ciertos procedimientos técnicos que pueden ser adquiridos con el entrenamiento académico y que funcionan como medio para extraer la belleza suministrada por la realidad. En términos modernos, un buen realista no es un genio sino un estudiante modelo. Para la teoría del arte moderno las obras de arte se aproximan a la naturaleza, pero no mediante su imitación, sino mediante la interpretación, la crítica, la verdad y la salvación (como destino político desacralizado). En este régimen el origen de la obra del arte está en el/la artista.
En cambio, la pintura de Fátima es una pintura que niega al mundo, nada más disparatado que pintar a Evita como una ninja. Es un collage absurdo que no respeta el tiempo histórico. Es una máquina del tiempo del multiverso: donde lo imposible toma una figura plástica. Y si hay una técnica simple desde una perspectiva del arte de las manualidades es mezclar el legado peronista con los kimonos. A Carpani nunca se le hubiera ocurrido pintar a Evita con un sable en un escenario victoriano de la oligarquía rioplatense (quizás porque no tenia internet). Y es que el mundo de Fátima puede conectar la tradición peronista con unx adolescentx otaku. Es la conexión de una estética local y global a la vez lo que puede hacerlo comprensible en cualquier parte del planeta. La potencia de esta pintura está en la poética de crear mundos y no en la didáctica utilísima. No es el artesanado sino la imaginación desatada.
La pintura de Fátima no está configurada por patrones técnicos (en el sentido de un saber aprendido), sino por un procedimiento que puede permitirse ser antiacadémico, y de ahí su belleza que más allá de la expertise, de la factura de la obra, alcanza la capacidad de desmontar los lenguajes cristalizados (manga, historia política, expresionismo, dadaísmo, etc) para construir una imagen con nuevas premisas que logran que la obra de arte sea más que un aglomerado de lo fáctico. Estos cuadros son una relectura del pasado que cambia esquizofrenicamente las coordenadas de la percepción del presente. Y de ahí su fuerza irritante actualiza e insufla de vida al peronismo con la incursión del movimiento de mujeres, trans y queer, entre otras minorías en el terreno político como los efectos ópticos resultantes de la distorsión temporal de la retina causada por mirar fijamente una luz tan intensa: la posibilidad de presenciar actividades extraordinarias.
2.
En el siglo XX el collage y el montaje fueron los procedimientos más importantes y radicales de las vanguardias en las artes plásticas y el cine. Así Pablo Picasso y Juan Gris “copiaron” el diseño del periódico Le Figaro. Marcel Duchamp con su L.H.O.O.Q. copió a la Gioconda de Leonardo Da Vinci. Podrían decir que el mingitorio de bronce de Sherrie Levine sólo es sólo una copia brillante y más costosa de la obra de Duchamp. Más tarde Andy Warhol plagiaria a la sopa Campbell o podríamos citar el dibujo que Rauschenberg borró de su maestro De Kooning y firmó como obra propia. Hay tantas maneras de apropiarse y de copiarse como de específicas configuraciones que puede dar una obra de arte.
En el nuevo siglo, escritores como Robert Fitterman y Kenneth Goldsmith admitieron que estas prácticas se han generalizado por la extensión de internet en su versión 2.0 con sitios web donde el contenido es generado por los usuarios gracias a la facilidad de uso, la cultura participativa y la interoperabilidad (es decir, compatible con otros productos, sistemas y dispositivos). Todxs somxs intelectualxs y artistxs.
Artistas contemporáneos enfrentados a un mundo de exceso sin precedentes de textos e imágenes disponibles, donde no es necesario escribir ni producir más; en cambio, tenemos que aprender a manejar la gran cantidad ya existente de diferentes procedimientos artísticos como: captura, recolección, montaje, collage, transporte, patchwork, procesamiento de textos, construcción de bases de datos, reciclaje, apropiación, plagio intencional - ya sea declarado o no - cifrado de identidad, programación intensiva, robo, obsequio, reinterpretación, reescritura, cita, duplicación, imitación, piratería, entre otros.
Byung-Chul Han sostiene que la cultura Shanzhai -el arte de la falsificación y la deconstrucción en China- no es el elogio de la simple copia barata de productos electrónicos, marcas de ropa, obras de arte, arquitectura, etc., sino una filosofía que desconfía de las esencias y de los principios inmutables, un pensamiento que no cree en ninguna idea de originalidad. Es una ética que se distingue por completo de la idea occidental de verdad, que se refiere a la inmutabilidad y permanencia de la sustancia, donde nada es nuevo, toda la vida es una continuación y no es original.
De la misma manera, si consideramos a los mangakas más conocidos podríamos incluso acusarlos de plagiadores. ¿Acaso Dragon Ball de Akira Toriyama no es una mezcla de la novela “Viaje al Oeste” de Wu Cheng'en con Superman de Jerry Siegel y Joe Shuster? ¿Saint Seiya no es simplemente la mezcla de los mitos griegos, con la astrología y el japón contemporáneo?
Lo que se considera como plagio por el público lego es considerado una ética cultural, así como un procedimiento de vanguardia como parte de la lógica del arte contemporáneo. Por lo tanto, el ataque a Fátima es un ataque a la institución del arte.
Las acusaciones de plagio que sufrió Fátima son las mismas que recibió Roy Lichtenstein, como sostuvo Andrea Giunta en su página de FB, por las similitudes con las imágenes de los ilustradores del manga, por un lado, y los del cómic por el otro. En el caso de las pinturas de Fátima y de Roy no valen tanto por sus características visuales en sí. En ambos casos puede reconocerse un estilo rigurosamente convencional y legible para todxs. La diferencia radica en que forman parte de regímenes estéticos diferentes. Un fan artist está más cerca de unx pintorx dominical que monta un caballete en el recodo de un río y copia la escena en óleos, también es ilustradorx porque todo lo que ha hecho es copiar la realidad. La diferencia percibida entre la obra del artista y de los ilustradores es simplemente un comentario sobre las características físicas de la obra pero de lo que se trata es de una mención inexplicable de sus implicaciones.
Arthur Danto, en su libro titulado “Después del fin del arte” sostiene que una obra de arte ya no puede ser distinguida de una cosa cualquiera solamente desde un criterio puramente visual, porque muchas veces ambas tienen exactamente el mismo aspecto. En este caso, lo que diferencia una obra de arte de un objeto cualquiera es que la obra de arte tiene un sentido y un objeto cualquiera no lo tendría, y en este caso en particular, las imágenes “copiadas” tienen otro sentido configurado por otro sistema de representación.
Así como Pierre Menard, el otro autor del Quijote, no quiso reversionar el Quijote, tampoco pretendió escribirlo tal y como lo haría Cervantes en el siglo XVI. El reto de Menard fue escribir en el siglo XX, los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Quijote y un fragmento del capítulo veintidós. Los capítulos son iguales, en cada palabra y en cada coma, a los escritos originales de Cervantes. Sin embargo, no son una copia.
El sentido de los cuadros de Fátima no se reduce a las líneas, los colores o la figura, sino que está en su capacidad de provocar interpretaciones, juicios y debate. Es decir, es pensamiento. Incita a preguntarse cosas. No hay lugar a dudas que sus cuadros incitaron a muchas personas a hacerse una básica pregunta estética: ¿qué es el arte, por qué esto es arte? Y también, sobre su carácter político, y es ahí dónde está el quid de la cuestión. Fátima hizo pensar tanto al sistema como su entorno, su obra transcendió la escena del arte. Se transformó en un significante político.
3.
Las denuncias de plagio vinculadas a premios son moneda corriente en el arte argentino. La atención pública y el acceso a las fuentes de internet logran que la carrera por los juegos de similaridad con tal o cual artista sea cada vez más veloz. Resulta un tema atractivo para el SEO de las revistas y los diarios digitales (Search Engine Optimization).
A fines del 2020, el Museo Franklin Rawson de San Juan había otorgado un premio a Mariana Esquivel por su pintura "Tiempos de confinamiento, covid-19". Tras la denuncia de la fotógrafa Nora Lezano, el galardón fue retirado por infringir derechos de autor y propiedad intelectual (ley que gusta tanto aplicar al gremio de los fotógrafos).
Desde 2012, Rodrigo Cañete lleva adelante el blog Love Art Not People donde este tipo de acusaciones de plagio componen un apartado donde se comparan artistas con banales ejercicios de similaridad utilizando estas categorías tanto a favor como en contra de la persona juzgada.
En este contexto la persona en cuestión es acusada de criminal al cuadrado en tanto que no sólo estaría robando a un artista sino estafando al Estado y por ende malversando los recursos públicos. De esto modo Fátima Pecci Carou fue acusada de feminista estafa por influencers de la neoreación rioplatense.
Acusar de plagio a una mujer feminista y peronista de izquierda establece un puente de empatía con la audiencia de libertarios y conservadores. Es parte de una estrategia para señalar al campo de la cultura como una mafia de corruptos que ejercen una estética ilegítima. Esta serie de ataques recurrentes busca incrementar la hostilidad en una población determinada contra los representantes de la escena intelectual y artistas con el fin de ganar la simpatía de quienes se sienten excluidos.
Es un recurso constante de una táctica que incita a los outsiders a un linchamiento ideológico de las figuras públicas que son identificadas como parte del progresismo cultural. El caso del youtuber “tipito enojado” no es otro del troll que intensifica su ideología con los comentaristas anónimos -haters- que habilita su medio como una cloaca similar a los foros de La Nación y de Clarín.
El ataque a Fátima es una arremetida general al arte contemporáneo por parte de la nueva Intelligentsia del neofascismo y su programa político cultural -por el momento desconocido como propuesta- pero sí básicamente identificable por su carácter destructivo, punitivo y exterminador. Han encontrado una manera más efectiva que la derecha neoliberal para tomar posiciones en la batalla cultural. Estamos siendo testigos de la emergencia de un nuevo orden intelectual y moral que sabe muy bien quienes son sus enemigos y cómo atacarlos.
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