El odio al Rojas
Sobre el debate desatado en torno a la entrevista a Marcia Schvartz realizada por Laura Ojeda Bär y la nota Obsesión Infernal de Francisco Lemus
Aunque el rencor que conserva Marcia Schvartz por el grupo de artistas del Rojas parezca una manifestación irracional más suya, atribuible a la mirada autoritaria y arbitraria con la que juzga el mundo desde su pedestal, hay en realidad razones profundas que explican su malestar.
La emergencia del Rojas en el campo artístico de la post dictadura hizo envejecer prematuramente a los llamados artistas de los ochenta, entre los cuales se encuentra Marcia. La manera que tuvo Gumier de construir su posición, implicó la puesta en cuestión de su legitimidad, que era la más alta en el sistema de jerarquías de ese espacio social. Ésta se sostenía en una trayectoria privilegiada para desenvolverse en el campo intelectual: su origen social (hija de dos intelectuales de izquierda con dinero), su formación formal y a la vez informal con los maestros más reconocidos, sus viajes a Europa, su filiación peronista, su inserción en el estrechísimo mercado que existía entonces, su afinidad con la parte más influyente de la crítica… su pintura da cuenta de todos esos rasgos, que la ubican en las antípodas de los recién llegados.
Gumier y los artistas que eligió, se distanciaban de ese tipo social de artista en todo: provenientes de familias no intelectuales, escasos recursos simbólicos (culturales o militantes) y en algunos casos materiales, casi sin formación artística.
Se trata de un tipo de intelectual heterodoxo, muy alejado de los grupos intelectuales militantes del amplio arco de las izquierdas. La tradición en la que se inscriben tiene que ver con el legado de la contracultura norteamericana de los sesenta -con muchas vertientes que por su puesto tienen distinta procedencia-, al cual llegan en algunos casos por su militancia gay y en otros simplemente por el hecho de no haber sido incluidos (sino más bien expulsados) en los grupos de la militancia tradicional, quienes rechazaron todo lo anglosajón por imperialista y/o hedonista. No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros.
La experiencia homosexual (y la homofobia , indisociable de aquélla) y la posterior militancia gay, fue un parteaguas en la historia de la cultura argentina reciente, particularmente en el modo como se procesaron las distintas vertientes de la herencia de los sesenta. Por un lado, el costado político: las revoluciones independentistas y socialistas, la urgencia revolucionaria y con ella la disciplina, coparon las universidades y la actividad político partidaria, dando lugar a la nueva izquierda y al intelectual engagé: el Che Guevara, Sartre.
Del otro lado, la juventud de Woodstock, el hippismo, la variedad estética que introduce la música rock y sus derivas, el disco y los movimientos de afro descendientes, la androginia, el flower power, el hazlo tu mismo, el verano del amor... Stonewall, Jack Kerouac, Warhol.
La recepción de esta corriente cultural se da de una manera material concreta. En primer lugar a través de viajes, no ya a Francia sino, en general a Brasil, donde hay mucha circulación de la contracultura, primero norteamericana, luego inglesa y más tarde la que se procesa en la España postfranquista. En segundo lugar, a través de vínculos intercalase promovidos por la clandestinidad del ambiente homosexual, lo que posibilita el entrecruzamiento dela cultura letrada y la cultura popular. A partir de la distancia, en tercer lugar, en la que esa experiencia ubica al colectivo gay respecto de la norma social, que tiene como contrapartida la construcción de una autoridad alternativa, la del propio grupo, y dispone a los artistas del Rojas, por ejemplo, a construir una nueva posición en el campo en lugar de pretender ser aceptados por las posiciones dominantes.
Todos estos rasgos dan por resultado una clave de lectura de las tradiciones culturales que es transversal al canon y reconfigura el repertorio estético disponible por completo. A esto debemos la revolución simbólica que significó el Rojas. Su irrupción provocó una división en el campo artístico -que hasta el momento había sido mucho más homogéneo- entre ellos y los establecidos.
El grito de "cheta montonera", que todavía retumba en los oídos de Marcia Schvartz, dice todo eso. Es Marcelo Pombo el autor, si no me equivoco. Ocurrió en el ciclo de charlas del Rojas, organizado por ella, junto a Pierri y Pino; comparten todos el carácter de herederos, tienen trayectorias sociales homólogas. Ignorando por completo a Gumier Maier, en ese momento director de la Sala de exposiciones, titularon a la mesa más expresiva de su rechazo: "arte rosa light". Se trata de una reacción bastante violenta, conservadora en sus argumentos y en sus propósitos, frente al ingreso de los artistas del Rojas a un espacio que entiende como propio. El grado de su ofensa sólo se comprende si se toma en cuenta hasta qué punto se considera merecedora de respeto, certeza de pertenencia que fue alimentada desde su socialización primaria en su familia. Por contraste, produce la indignación con la que rememora al Rojas, a Gumier, a quien ni siquiera menciona, a ese momento en que vio cuestionado su lugar social.
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