Glorificar la resistencia
¿Qué significa entrar al nuevo milenio glorificando la resistencia con una movilización masiva? Intentar responder a esta pregunta puede conducir nuestra indagación sobre la política argentina a un análisis similar al que realizamos en nuestras sesiones de terapia para superar los traumas infantiles. La resistencia siempre implica una reacción contra otra fuerza activa. Más que un movimiento productivo parece tratarse de un gesto defensivo y reactivo. No nos resistimos para traer a la existencia un mundo nuevo, sino que resistimos en nombre de un mundo viejo. El énfasis de la retórica que glorifica esa resistencia también parece responsable de desmantelar los sueños de cualquier proyecto constructivo. La glorificación de la resistencia es una posición que impide cualquier trabajo analítico, tan inútil para la política argentina como para la prosecución de la terapia psicoanalítica.
Restricciones gubernamentales, caos financiero, recesión y una brutal caída del PBI son algunas de las razones que explican la convergencia de la crisis del 2001 materializada en protestas multitudinarias, la caída del gobierno y el impago de la deuda. La absoluta incapacidad del estado para cuidar a la gente movilizó nuevas formas de organización y mantenimiento como las asambleas, las fábricas recuperadas, los clubes de trueque y todo tipo de construcciones horizontales improvisadas reconocidas por los estudiantes de ciencias políticas como casos emblemáticos de alternativas viables a los modos de producción neoliberales y considerados por los historiadores de arte como ejemplos pintorescos de una particular estética relacional.
Para los analistas esta situación lograba desestabilizar las normas del sentido común neoliberal encontrando formas que escapan al individualismo del mercado, pero esta apreciación difícilmente haya sido compartida por cualquier madre obligada a intercambiar sus pertenencias por alimento para sus hijxs. Las asambleas barriales no tuvieron más mérito que darle voz a algún hombre indignado por la destrucción de sus ahorros en dólares. Es decir que lejos de funcionar como una alternativa viable para reemplazar al estado o al mercado neoliberal, era una organización que seguía funcionando con una lógica individualista; sólo que infinitamente más precaria.
Otro fenómeno interesante fueron las fábricas recuperadas que sirvieron para mantener a los trabajadores en sus puestos, pero deberíamos señalar que en los análisis más optimistas, hubo como máximo 250 fábricas recuperadas que incorporaron a algo menos de diez mil trabajadores cuya productividad equivaldría a mucho (muchísimo) menos del 0,1% de la economía. (Srnicek & Williams, 2015) Pero más allá de la dimensión cuantitativa, las fábricas recuperadas presentan un problema cualitativo incluso más complejo: permanecer necesariamente enquistadas en relaciones capitalistas y reafirmar que bajo este modelo el sueño de encontrar una alternativa al realismo capitalista se reduce justamente a eso, un sueño. Ante los ojos de un antiburgués lo suficientemente extremista como para permitirse soñar, las empresas recuperadas no serían otra cosa que negocios tiránicos de bajo rendimiento aferrados al imperativo del mercado que demanda la creación de ganancia.
Pero, más allá de todos estos problemas específicos planteados por las organizaciones horizontales que emergieron en el 2001, el problema central de la Argentina fue la ausencia de un programa. Como si se tratara de un instinto de supervivencia, todos los esfuerzos estaban dirigidos a mitigar los problemas para el mantenimiento de un orden viejo, decrépito, colapsado. Agentes de la normalidad, sosteniendo las cosas hasta que vuelvan a estabilizarse no permitirán nada que funcione relativamente bien como para dar lugar a la emergencia de un orden nuevo, ni revolucionar la sociedad ni amenazar al capitalismo global.
20 años después, nuestro hipotético paciente psicoanalítico parece no haber avanzado con la resolución de sus traumas infantiles y la glorificación de la resistencia ha llegado a crecer hasta el punto de que la construcción de cualquier programa argentino que intente algo más que sobrevivir parece convertirse en una tarea imposible.
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