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Danila Desirée Nieto

Igual aquí es una cuestión de asesinato



Hay algo de la caza en la escritura. Una quiere escapar, pero siempre se encuentra anotando, aprisionando, citando. Hay algo tentador en la clausura, y, aún más, en el arrinconamiento. La fragilidad y lo provisorio entran en disputa al quedar confinados como trofeo. Sin embargo, Amanda Tejo Viviani, para muchos Mandi, me advierte, desde la cita:

“La primera regla de la caza es nunca apuntarle

a algo que no tenés intenciones de matar.”

Tomo nota y me doy cuenta del círculo vicioso. Hoy hablé con un artista y me dijo que no iba a ver la obra de su colega porque no quería que su retina apresara esa imagen y después influyera en su producción propia. La caza, como deporte, está en todos lados. Buscamos sentidos, conexiones, respuestas y Virginia Martin, la curadora de Nunca fui a cazar, puso en marcha un plan que trata de borrar sus huellas para desorientarnos y ponernos en la mira. Confundir al objetivo es parte fundamental de esta práctica: el camuflaje y ese acto sagrado del acecho son menester a la hora de apuntar.

Así, el espacio de Fundación El Mirador fue reducido al vacío y al plano de una muestra ilusoria de esculturas acuáticas y obras que nunca fueron realizadas. Una podía detenerse en ese sentido o aceptar la bienvenida y acceder al depósito para ver ese espacio liminal que siempre nos es vedado. De cazadora a cazada, me dejé llevar por el desafío y respondí a la pregunta de mi novio al señalar una carreta con obras embaladas de Mandi y Ornella Pocetti: “¿Acá es la muestra?”. En su momento le respondí que sí, pero hoy volvería a enfilar y citaría:

“Qué graciosa la diferencia entre lo que notás

y lo que te llama la atención.”

De ese encuentro, se habilita la imaginación y la pregunta: “¿Se puede bajar?”. Las piezas de ahora en más se exhiben sobre sus compañeras, sobre bastidores, sobre cajones de birra, sobre bolsas, sobre escobas, sobre un perchero, sobre una silla, sobre latas. Los objetos son cómplices de las fantasías pictóricas de Ornella y Mandi. Esta última se puso más cazadora y agresiva que antes; las pinturas fueron hechas en el lapso de un mes bajo el acecho de la inauguración. Las obras juegan un poco con el terror de clase B que agrada por la evidencia, pero, cual giallo italiano, impacta por el contraste. Ornella, en cambio, intenta seducirnos con un universo húmedo donde nos invita a conocer una suerte de civilización perdida habitada por criaturas feminizadas. Sin embargo, la intención curatorial desvía la ensoñación y nos recuerda que acá estamos bajo la lupa de tres mujeres que crearon un espacio desarmado en el cual la comunicación se desarrolla de una manera no formal y el espectador está siendo re-disciplinado. Señoras y señores, se nos impide sacar conclusiones.

¿Qué sucede, entonces, en el diálogo entre obra, objeto y espacio? Podría decirse que ante la muerte inminente tras el acto de cazar, cobran vida y acceden a una charla de la que no formamos parte. Una conversación entre tres donde la música, la poesía y la experiencia fueron develando el proceso y el presente. Sobre esta vacilación, Mandi me compartió una de sus lecturas: “La poesía real es una fiesta, una fiesta salvaje, donde puede pasar cualquier cosa. Una fiesta de la que quizás nunca regreses. Todo en la poesía está relacionado con existir en un terreno de incertidumbre”. De una manera similar, Nunca fui a cazar, nos recuerda que todavía es posible aceptar un modelo en el cual podamos bailar sin hacer tantas preguntas. O, al menos, formular las adecuadas: “¿Quién soy? ¿Y dónde? ¿Y cuándo?”. Este espacio responde: en la mira.

Amanda Tejo Viviani y Ornella Pocetti, Nunca fui a cazar, curaduría de Virginia Martin, Fundación El Mirador, CABA, 10 de septiembre - 23 de octubre de 2021.

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