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Laura Ojeda Bär

Infierno - Entrevista a Marcia Schvartz


Hace unos días tuve la oportunidad de charlar con la artista acerca de su última muestra en Galería Vasari, “Infierno”. Marcia, como sus obras, ofrece un perfil impactante. No piden disculpas ni agachan la cabeza. No se andan con vueltas, directo al meollo de la cuestión. A continuación, algunos apuntes acerca de la actual exhibición, su infancia, la docencia y la (aparentemente) ineludible década de los 90.


Siempre está presente el infierno. Ahora estamos viviendo una falta de perspectivas tremenda, ni que hablar del mundo del arte que es un asco. Parecería que estamos llegando a un fin de ciclo, queda más en evidencia el infierno.


Siempre doy clases presenciales en la Pueyrredón, todos los años. Y ahora pasaron a ser por zoom, pero son más tipo charlas. Y hablamos todo el tiempo de eso. Los procesos creativos. Animarse a mezclarlos. El origen de porqué es de una manera y no de otra. Y ahí empezás a tirar de esa piola y aparecen cosas. Y también se mezclan con cosas que vos ya habías hecho. Por ejemplo me pasó eso con la brea, yo trabajé mucho con brea, toda una serie que se llamó “Norte negro”, obras muy grandes sobre tela cruda, eran manchas de brea.


Los materiales te acompañan. Depende de lo que quieras hacer, a mi altura, ya sé qué material me va a facilitar las cosas. Estaba haciendo la gruta con la mujer esa en óleo y ahí, brea, ¿viste? Lo mismo con las lanas, lo mismo con las espinas, el cuarzo, yo ya había laburado con todo eso.


Estas obras sí, las trabajé medio juntas. Pero por ahí hago un retrato en carbonilla sobre arpillera, que es un soporte que yo uso mucho, y tal vez sale entre otro tipos de obras, cuadros con óleo. Ahora lo que quería era pintar con óleo. Empecé con el grande, que tiene mucho color, que no hay ningún otro material que te de esas vibraciones. Yo al óleo lo amo. Ahora estuve trabajando bastante con témpera, grandes, sobre papel. Cuando empezó la pandemia me encerré en mi casa, no iba al taller ni nada. La témpera es muy hija de puta, me encanta esa cosa opaca que tiene la terminación. Hay colores muy lindos.



[Cuando era chica] Siempre laburé, me llevaban a talleres por ahí por el barrio. Me hacían trabajar con papel maché, hacía esculturas grandes, tendría unos 9 años. Yo me encerraba y dibujaba y dibujaba. Desde el principio que tenía una inclinación muy marcada para ese lado. Mi familia son todos intelectuales. Mi viejo era editor, mi mamá, historiadora, totalmente de las letras. Mis dos hermanas escriben. Mi sobrina es poeta. Yo no. Yo pintaba. Me acuerdo cuando salieron los marcadores gordos y yo iba y me los compraba y laburaba muchísimo.


Hay influencia de una familia o entorno de la literatura y los libros. Te lo llevás puesto eso. Aparte mi viejo era del PC y llevaba todas unas cosas tremendas para leer. No teníamos televisión. Recién cuando tuve 14 mi viejo trajo una chiquita. Y ahí nos quedamos todo un verano. Pero él no quería, leíamos un montón. Agarrabas ahí y había de todo.

Los domingos nos pasábamos en el Parque Rivadavia, pero yo más que nada me compraba revistas de “Vidas ejemplares”. Eran tremendas, re morbosas. Escabroso. Leía pero siempre dibujaba mucho. Mi vieja tenía cajones y cajones llenos de dibujitos míos, me la pasaba dibujando. Se dieron cuenta y me llevaban a talleres.


Yo hice todo. Siempre mandé a los premios. Mucha gente de mi generación o más grandes se negaban. Nunca miraba quién era el jurado. Yo a veces me colgaba uno o dos años y después alguien me hacía acordar, no es que estaba pendiente. Como si ahora mandaras a todos estos premios chotos que hay. Yo mandaba. La creencia, que creo que era correcta, era que la gente veía las obras y quedaban en el ojo. Mucho era lo que estaba de moda. No me daban el premio, porque no estaba en ninguna rosqueta, pero miraban y se acordaban. Me identificaban.


Yo siempre fui libre. No me siento limitada por lo que otros suponen o creen o esperan de mí, creo que eso forma parte de mi espíritu, de mi obra. Tuve como hits digamos, los camiones abandonados cuando vivía en el Abasto. Ésos los vendí todos. Me seguían pidiendo y les decía no hay más. Me quedó uno que le regalé a mi vieja. Lo mismo con las tangueras por ejemplo. Me quedan algunas que hice en ese momento.

Puedo volver a ciertas imágenes como las erinias que me encantan, pero no tienen nada que ver a cuando las trabajé antes. Tal vez dentro de 5 años voy a volver porque me parecen genial. Lo mismo con una serie de fondos que hice, de agua. Que tiene mucho que ver con esta serie. Cuando uno hace una restrospectiva de cualquier artista importante te das cuenta que el tipo siempre trabajó sobre lo mismo. Es genial. No hay que renegar de eso. Hay pocos grandes problemas. El amor, la muerte, la naturaleza, el erotismo. Éstas [de la muestra] son de un erotismo muy oscuro.



No tengo una paleta definida. Voy viendo en el camino y me voy calentando con una cosa o con la otra. Hay una sensación de urgencia. Yo pinto al palo. No sé pintar de otra manera. Me gusta. Me lanzo. Cuando encuentro algo le doy. Por ejemplo con las tangueras empecé con uno, con una piba que baila tango, a la que le estuve diciéndole años te voy a pintar, te voy a pintar, y al final ella me apuró. Dale, vení, vamos a hacer uno, y cuando estaba haciendo ése ya se me habían ocurrido cinco más. Y después hice como cuarenta. Se me iban ocurriendo, la veía así y ya me imaginaba de otra manera.


Tengo momentos de mucha producción y otros que no como ahora que tengo todo en obra en mi casa y que venga acá, que me agota. Lo otro que me gusta mucho es la jardinería. Me ocupo mucho de mis plantas. Son plantas con flores, en una época tenía muchos cactus. Ahora tengo un duraznero que me dio flor por primera vez, todo en maceta. Yo sueño con tener un jardín pero tampoco me iría lejísimos. Tengo una terraza ahí en San Telmo, algún día tendré un jardín hecho de macetas.


Hicimos un montón de cosas, muestras, charlas en el Rojas que fueron un hitazo. Con Duilio [Pierri] y [Felipe] Pino, al principio de los 90. Venían todos, desde Glusberg hasta Federico Klemm, Prior, Cambre, Maresca. Venía mucha gente. Lo organizamos todo nosotros. Yo fui a Cuba, a la Bienal, y ahí hacían charlas con los participantes de la bienal y alumnos de Bellas Artes y ahí me pareció genial.


En ese entonces, yo daba clases en el Rojas. Había empezado por guita, no tenía un mango. Y había un director bastante piola que no voy a acordarme el nombre que se murió de SIDA, que nos invitó a Maresca y a mí a enseñar. Ella empezó a dar clases de pintura. Era una quilombo no había nada, no había ni armarios. Y yo con Guadalupe Fernández. Muchísimos años di clases con ella. Ella tenía veintipico y yo treintaypico. Me daba un cagaso tremendo dar clases y Guada es muy que va al frente y tampoco tenía un peso. Estábamos las dos en la misma. Todavía no existía la galería ni nada.

Le dije a la directora de ese momento, Cecilia Felgueras, una mina repugnante que estaba con De La Rua, porque la universidad era radical. Le dije de hacer unas charlas en la biblioteca, y me dijo que sí. Cada charla invitábamos a alguien según el tema, podían ser galeristas, artistas jóvenes. El objetivo era levantar la pintura, el nombre lo había puesto Diulio que es muy ocurrente. Fue justo el momento cuando empezaron a hacer cosas con mostacillas y todo eso que me parecía repugnante y me sigue pareciendo y entonces discutimos eso en una charla.


“Arte light” se llamó, la manejó Maresca. Y ahí se armó un quilombo tremendo. Después no hice nada nunca más de esa índole. Fue muy violento, hubo piñas. A mí me gritaban desde el fondo amigos míos “concheta montonera”. Fue muy intenso. Debían haber 500 personas. Hubo un grupo al que habíamos invitado para que estuviera en la mesa que no quiso estar y planificó hacer lío. Con Pablo Suárez, que era un hijo de puta.


Lo que pasa es que a él le encantaba estar rodeado de pendejos. Entonces se podía quedar en la mesa charlando con vos hasta las 3 de la mañana y seguía bajando línea. Era muy artero. A mí me decía una cosa a vos otra y a otra persona, otra. Entonces formó un grupito con Pombo, Harte, Gordín. Ellos coparon ahí, consiguieron que Felgueras pusiera guita, Buccellato, Ruth Benzacar, hicieron la galería y ahí empezó. Yo daba clases en ese momento ahí en el Rojas, pero no mostré hasta que no tomó la dirección Alfredo Londaibere. No me habían invitado. Maresca era íntima amiga de Gumier y nunca la invitó. Y después la pusieron como que había sido quien había inaugurado la galería.



Y después todo eso se fue construyendo con los críticos de arte y las nuevas generaciones que no investigan si hubo algo más. Repiten el relato oficial. Acabo de dar una charla en una escuela de Salta divina en donde me dijeron acá seguimos estudiando a López Anaya… que es un cómplice de la dictadura. Quería cerrar todas las escuelas de arte de la provincia de Buenos Aires. Y siguen leyendo esa versión.


Como yo siempre levanto la banderita de que no puede ser. No puede ser que los pibes no sepan qué están estudiando. En el mundo del arte se mueven muchos intereses. Yo abandoné la gestión cultural, no genero nada. Me gusta pintar y dar clases. Pero lo que haría yo sería una comisión de artistas y aceptaría carpetas y le daría lugar a gente que tenga ideas, no generar yo las ideas para que venga otra persona a hacer lo que yo les digo. Que es lo que veo que pasa. Por eso me gusta dar clases. Estoy en contacto con mucha gente que pinta, que trabaja y ni se plantea pertenecer. Sigo laburando y bueno.


Marcia Schvartz: Infierno // Galería Vasari // Hasta el 11/12/2020 imágenes de obras de Marcia Schvartz: (1) CANTO OTTAVO "Spirito bizarro" // 2018 //Oleo sobre tela //130 x 115 cm (2) Espejismo // 2020 // Técnica mixta // 50 x 180 x 26 cm

(3) Ondina // 2016 // Técnica mixta // 55 x 67 cm

(4) 2018 // Óleo sobre tela // 155 x 120 cm

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