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Francisca Lysionek

La primera imagen



¡Mirá, Starlink!, dice Jorge y señala con mano entusiasmada el estrellado cielo patagónico. Acá abajo, cerca del nivel del mar, las moscas, que son plaga en Neuquén, empiezan a retirarse, como les es usual después de haber estado todo el día revoloteando en la cocina y alrededores, para darle paso a enfurecidos enjambres de mosquitos y otros insectos de corte más bobo e insensato. Bichos que vuelan hacia la luz y perecen en ella. Una brisa suave hace bailar la copa de los álamos, se agitan prometiendo tormenta.


Cuando mis ojos acompañan el recorrido vertical del brazo de Jorge, y la aún más precisa dirección de su dedo índice, choco la mirada con lo que enseguida mi instinto reconoce como lo imposible, el objeto pesadilla. Reacciono acorde y amago a levantarme de la silla, busco refugio pero también mejorar el campo de visión. Allá arriba, entre el brillo pálido de las estrellas inmóviles, algo se mueve.


Es el fin o algo parecido, quizás el principio del final. Por una fracción de segundo la realidad se rompe y todo se vuelve una mentira. En el cielo profundo, una larga línea de puntos blancos y brillantes como estrellas amplificadas, desfila en línea recta y atraviesa con lentitud en primer plano la superficie celestial. Una tira de luces led en procesión, alienígenas; hasta ahí llega mi bagaje cultural. Nos vamos a morir, vienen a aniquilar el planeta, pronto descenderán entre las bardas neuquinas y comenzará el exterminio. ¿En qué otros puntos del planeta estarán aterrizando? ¿O es que acá entre las chacras de manzanas comienza el fin de la humanidad?

Durante un segundito algo así es lo que me viene a la cabeza, pero cuando me doy cuenta de que Jorge sonríe con fascinación mientras mira el hilito alienígena pienso que quizás hay otra respuesta posible. ¿Qué es eso? Y ahí me explica: es Elon Musk haciendo de las suyas.


Qué raro vivir en el mismo planeta que Elon Musk ¡buen artista! Starlink es una obra de arte decente, pero la revolución de la historia del arte para Jorge radica en el telescopio James Webb. El satélite me agrada por su ironía estructural e inocente: un instrumento destinado a facilitarle el acceso a internet a una cantidad de gente que, por su misma falta de interés en incursionar en internet, nada sabe del aparato y puede llegar a darle un bobazo si justo lo ve cruzando la bóveda celeste mientras se toma unos mates al anochecer, como me acaba de pasar a mí. ¿El artista se habrá planteado la posibilidad de que en el mismo planeta que él habita de momento, también existimos criaturas simples que ven en Starlink una nave alienígena, o los cuatro jinetes del apocalípsis que vienen a juzgar y condenar la humanidad? Starlink, perverso bichito de luz, va a matar y enloquecer a sus usuarios.

Pero James Webb es trascendental, tan solo su intención suprime y vuelve caduca cualquier imagen de cualquier museo a lo largo y a lo ancho del planeta. Busca dar con la imagen más importante de todas, la primera. El cánon no puede seguir haciéndose el boludo: cuando esa imagen llegue a tierra firme, a ella deberán sojuzgarse todas las demás. Comprendamos las ventajas en las que esto puede derivar: las rivalidades mundanas llegarán a su fin, las escuelas se abrazarán en una sola, si los procedimientos son ingenuos o monumentales, analíticos o expresivos, ignorantes o eruditos, todo perderá sustancia.


El sol vuelve a salir y el debate se reinicia en el desayuno, mi mamá nos mira y chupa la bombilla como quien no quiere la cosa. Cargo de buena manteca el cuchillito y embadurno la tostada mientras me tiro el lance. Pero, ¿vos decís que a los artistas, digo, nuestros amigos, les importa lo que tenga el James Webb para mostrar? La ciencia no les gusta, solo las perlitas, no las grandes historias. Y el James Webb es la historia más grande.


¡Justamente por eso!, Jorge se enardece, no es una gran historia, es la historia más grande, no podés desentenderte. Son los primeros fotones, es la imagen que define el futuro de la humanidad a partir de su pasado. Nosotros como receptores estamos recibiendo fotones que han viajado por el espacio y el tiempo de una manera casi imposible de concebir. Estamos yendo a buscar un evento que nos conmueve en los estratos más profundo de nuestro ser. ¿El arte rechaza los grandes temas? ¡Qué macana! El gran artista del futuro será la NASA. El origen del origen, James Webb nos mostrará el génesis, ¿qué pincel puede competir con eso? Es algo tan grande y tan extremo que todas las imágenes quedan enanas en comparación.


La imagen definitiva del telescopio no es una imagen. Lo relevante para la sociedad ya no es una imagen en sí, sino un conjunto de cifras cuya única voluntad dentro suyo es ser igual o distinta a la cifra de al lado. Esa acción tan ordinaria y libre de toda pasión, esa frialdad es la que termina siendo el medio más caliente, intrigante y conmovedor.


Finalmente, la tecnología volverá a ser amiga del arte y estará al servicio de los intereses elevados, respondiendo la pregunta más importante de todas. Dios se convirtió en una abstracción de cifras sin voluntad, y a ellas, la humanidad les rendirá alabanzas como hizo durante miles de años.


Ladrillo por ladrillo, todos juntos construiremos enormes catedrales de vidrio magenta, con pináculos tan altos que los meteoritos estrellarán contra ellos, causando lluvias de estrellas fugaces día y noche. Los artistas pueden elegir ser parte de la especie o aislarse en sus expresiones subjetivas de deseo.



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