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Hernán Worthalter

Basta de pobreza



Como la historia se repite, en este caso como farsa, los repudios altisonantes al mecanismo que posibilita que la escena artística contemporánea se fortalezca han vuelto a tronar.


La oportunidad, ahora, fue la subasta de parte de la colección de Gustavo Bruzzone que comenzó a adquirir obras en la década del 90 alrededor del Centro Cultural Rojas y forjó una de las más importantes colecciones de arte contemporáneo argentino de los últimos años. Después de acompañar el crecimiento de muchos miembros de esa generación hoy Bruzzone da el cierre de algo que faltaba: que el mercado ratifique que su esfuerzo y dedicación valió la pena y que la Generación del ´90 fije un piso en el precio de la producción de los artistas que forman parte de ella.


Aunque parezca antipático en un país con un índice de pobreza que roza el 50% las subastas públicas necesitan manos alzadas y ofertas a viva voz. Así funcionan las subastas de arte, las de tulipanes en Aalsmeer, la de atunes rojos en el mercado de Toyosu y los remates de hacienda en el Mercado de Liniers (hoy en Cañuelas).


Un mercado que no es transparente desalienta la participación. ¿Quién compraría algo que no sabe si va a poder venderlo en algún momento a un precio razonable?. ¿Quién pagaría cien mil dólares una obra de los ´90 si no sabe si algún día podrá venderla, por lo menos, a un precio cercano al que pagó?. Me imagino que solamente un verdadero apasionado del arte contemporáneo y todos los miembros de la escena ya sabemos que no alcanza solo con apasionados.


El mercado de relojes de lujo no vive de los coleccionistas de relojes. Crece por los compradores ocasionales que saben que adquieren un bien que da estatus, tiene un precio transparente que, inclusive, podría aumentar y que tiene algún tipo de reventa en caso de querer desprenderse del bien. Ni los únicos compradores de Ferraris son coleccionistas.


Para crecer necesitamos nuevos compradores. Ni siquiera necesitamos que sean coleccionistas. Tienen que aparecer nuevos compradores de estos ocasionales que compran una o dos obras al año o en su vida y lo hacen no por amor al arte sino porque pueden acceder a un bien que da status y tiene liquidez en el mercado secundario.


Y para que esta liquidez exista y para que nuevos compradores aparezcan es condición necesaria que los precios se digan a mano alzada, a la vista de todos. Si esto no ocurre seguiremos como hasta ahora: con artistas que piensan que no reciben lo suficiente, con coleccionistas a los que, a veces, se les exige más de lo que pueden dar y galeristas que tienen dificultades para crear mercado.


Una vez más, el mercado tiene que ampliarse si o si porque está en riesgo la producción artística de los próximos años. Si no surgen nuevos compradores va a ser cada vez más difícil sostener a los cientos/miles de actores a lo largo y ancho del país. El escaso apoyo del Estado a los artistas se podría restringir todavía más en este contexto macroeconómico y el tema no parecería desvelar demasiado a los políticos actuales que tienen, con razón, otras prioridades.


Hay acciones puntuales para cada segmento de la pirámide. En la base hay que fijar precios más amigables para sumar nuevos compradores con una nueva unidad de medida como referencia. Por ejemplo, el equivalente a un par de zapatillas, un aguinaldo de un sueldo semi senior o un finde en la costa apuntando a sumar a un público joven que podría decorar su monoambiente con una obra y hoy compra un print porque las obras tienen valores más altos. En el medio de la pirámide pensar en cómo diferenciar artistas emergentes de los que se están acercando a la mediana carrera y muchas veces presentan valores similares que distorsionan la escala de precios. Y en la cima seguir trabajando para transparentar valores, ofrecerles a quienes tienen un patrimonio más elevado la posibilidad de una salida en caso de que la quieran. En definitiva, más subastas y más transparencia.


La generosidad de Bruzzone al permitir subastar algunas de sus obras favoritas tiene un impacto directo en muchos de sus artistas/amigos porque todavía están vivos y con muchos años de carrera por delante. Aunque algunos no vean el lado positivo de que los precios se vociferen en la esfera pública esto debería traducirse en más ventas y mayores precios. Ya tenemos experiencias anteriores que dan cuenta de esto en la subasta de otra gran colección local que impulsó a compradores que pujaron y no ganaron a comprar obras de esos artistas vivas en galerías de Buenos Aires. Reclamar un droit de suite a alguien que dedicó y dedica gran parte de su tiempo y su patrimonio a la escena artística local yo lo considero injusto e inconducente porque no hay normativas ni costumbres al respecto.


Finalmente deberíamos pensar si cargar con un droit de suite no sería contraproducente. Si se desalienta la venta de obras de arte con un gravamen o cargo más probablemente también se termine desalentando la compra. Todo el mercado sería menos líquido y volveríamos al mismo punto de partida.


Imagen

Lucrecia Lionti. Me gusta mucho el dinero y las pieles. Acrílico sobre madera y piel sintética. 2012

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