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Pilar Alfaro

Suave despertar



El dulce calor de la mañana se cuela por las transparencias de las cortinas que lo dejan pasar y se estampa en el piso y la pared, calentando lentamente los cuerpos que se desparraman por la habitación. Es así como Pálido y parpadeo adentro en la ribera recibe a sus invitados, junto al rosa pastel de las paredes y las suaves cortinas que acompañan a las pinturas de Inés Beninca.

La exposición de la joven artista —curada por María Guerrieri— sumerge a los espectadores en un mundo marcado por la intimidad. Es una zona en donde se mezclan, cual pintura en la paleta, los recortes de los espacios que nos afectan en la cotidianeidad, la elección de una paleta de colores pasteles y suaves, y el andar despacio, pausado e introspectivo que plantea la exposición. Todos los elementos que se encuentran en la sala ayudan a construir una experiencia en donde se suspende el presente, casi del mismo modo en que el recorte plasmado de la realidad le roba los minutos al tiempo.


Las pinturas ilustran motivos domésticos, rincones de la casa, ramos de flores y frutos. Sus colores y pinceladas se entremezclan con la sala, y se vuelven parte de ella; bailan entre las cortinas y se salen de sus marcos. Se pueden encontrar así unos carozos y cáscaras de fruta, restos de una experiencia interior del gusto y del tacto. En ese eje sensorial también actúa el ojo al deglutir los espacios y devolverlos blandos por el accionar de la muñeca y los dedos.

Asimismo, los tamaños pequeños de las pinturas hacen que el ojo del espectador deba acercarse a ellas, quizá para poder descubrir sus sutilezas, como si estas lo adentraran a uno en otro mundo. Gesto que también se repite en los detalles colocados entre los pliegues de las cortinas, donde se pueden encontrar gotas y objetos que destellan, acompañando nuevamente los juegos que hace la luz con el ojo y el movimiento.


En definitiva, todos los motivos que conforman la muestra componen una paleta de objetos y de sensaciones marcada por las sutilezas que se desprenden de las obras. Cada elemento se halla dispuesto delicadamente, con la conciencia y la calidez que amerita lo interior. Así la sala se tiñe de rosa, como si por la tela de la cortina pasara el sol, como si se tratara de un suave y cálido despertar en el cuarto.


Sobre "pálido y parpadeo adentro en la ribera" de Inés Beninca con curaduría de María Guerrieri en Quimera


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